Wyngaerde & Wyngaerde, 1563

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San Lamberto, siervo agrícola urbanizado a la zaragozana

Zaragoza es ciudad de mirandas, y como hace tiempo que no practicábamos, nos vamos a uno de los miraderos de la ciudad («mira al bueno», es el caso, actual Miralbueno). Por allí nos quedaban unas manzanas sin hollar, donde entre 1962 y 1993 hubiera un Cuartel del Ejército del Aire español denominado de «San Lamberto». Ya es curioso homenajear a alguien que pierde (involuntariamente) la cabeza, poniéndole además ese nombre a un lugar de gentes que pilotan aeronaves guerreras. ¿Metáfora, anáfora, o mera andanda local? A cambio de unas perrillas (100 millones de euros), El Ministerio de la Guerra vendió en 2003 los terrenos de Valdespartera y S. Lamberto, que le habían costado como muuuuuucho menos, pero el monopoly es universal y capitalista juego en el que todos se ponen las botas, hasta los del todo por la patria (a cambio de dinero). Así, en S. Lamberto se encontró espacio para casi 1000 nuevas viviendas (300 VPO, 700 no), y casi 98000 m2 de viales, zonas verdes y equipamientos, cualquiera que sea esa la interpretación que se le de al concepto. Al lado del Anillo Verde, en tiempos de mucho movimiento de capitales, tierras, viviendas, de crecimiento, optimismo y netas ganancias para todos, que hoy se redefine como de burbujeo y especulaciones tremebundas, casi la antesala al dantesco inferno. La historia se cuenta según quién, qué, cuándo, y para qué, como siempre.

Bien, pues llegamos en el bus urbano 52, que nos deja en el Camino del Pilón, muy bien. Aunque sin haber estado antes, esto ya nos lo conocemos porque es un escenario muchas veces visto y repetido: nuevas manzanas de casas con gente dentro, manzanas en barbecho, manzanas que se han podrido, y manzanas que se están pudriendo. Pero como no habíamos estado, damos un interesante rodeo para llegar a lo que era nuestro planificado punto de partida: el grupo escultórico «Agua y Viento», de Manuel López y Rafael Barnola (2008), en hierro y hormigón armado para capturar las tribulaciones de un paseo en familia en condiciones de infernal cierzera. Son bien majas, aunque les falta sufrimiento realista en las caras, y vienen enmarcadas por una araña gigante en metal, y la estructura ósea de una gran sardina, también en metal, como para poner una lona encima si acampara o acampase un circo, o titanes. En torno a las esculturas, unos cuantos solares como los de Arcosur. Del suelo emergen como pueden restos-zombi del antiguo Cuartel, y una caracolera de aúpa.

Estamos en la gran, es un decir, calle Carlos Oriz, que debería ser un reflejo del cercano Anillo Verde, pero se queda como varios años luz de la sombra que es el original. Como no sabemos a dónde vamos, el caprino sentido innato nos orienta hacia el sur, hacia los escarpes del Barrio Oliver, y al verdor de lo que asemeja la Amazonía. Vamos avanzando, entre solares, naturales praderas, o casi ya sabanas, aparcamientos para naves interplanetarias (no tienen otra explicación), abundantes restos arqueológicos de la previa era militaria. Cruzamos la calle Francisco Rallo, y llegamos a uno de esos no lugares de la ciudad, de nombre «Parque de la Ciudad de Maska», con árboles, juegos infantiles, ruedas de orangutanes, madericas para pisarlas en el suelo, pistas de baloncesto con canastas de metálicas redes, con coloristas estructuras ornamentales para pasar por debajo, pero gente, lo que se dice gente, ni media. No pudimos preguntar a ningún indígena por el nombre del Parque, si proviene de Colombia, o de los rebaños preexistentes en la zona. Estupor e ignorancia.

Llegados al Anillo Verde, retomamos senda periférica por la renombrada y cacofónica calle del Cardenal Cascajares, que nos conduce a un búnker sin puerta, pero con gas ciudad y notables ventanales de ojo de pez, cuya función social ha quedado como la zona en que está ubicado: en suspenso. Lo bueno de las calles periféricas, como esta del Cascajares, es que entronca con la del Cascajo, y la aventura, el color, y el dolor, añaden puntos extra a su recorrer. Llegamos al final de la calle Artigas, uno de esos lugares que hay que velos pa creelos. Torcemos por la calle Dr. Rafael Salillas, que viene a ser eso de si no quieres taza, taza y media. Andamos entre nomos, sillas artríticas que miran pasar gente, veladores de secano, performances autoimpostadas, y mucho arte bruto. Una valla en el camino nos enseña el verdadero camino a través de ella, porque no hay más barreras que las que uno se pone a uno mismo. Descendemos alegres en la escala evolutiva por el barranco de los polivertidos, sin daños personales, que no es poca cosa. Como todo lo que baja tiende a volver a subir, si de inconscientes hablamos, al poco retomamos las alturas por lo que escalera fue, y llegamos a un mirador con todo roto, en diversos estados de rotura: aniquilación, fractura, arañazos, incolumelidad sorprendente. En las farolas encontramos señales de los homínidos que se llevaron bombillas, cables, cajas de empalmes, y que rellenaron los vacíos con piedras, para que no se note.

Todo es muy instructivo, y especialmente el principio de la calle Sergio López Saz, ubicado en un bucle espacio-tiempo del que emergen los vehículos que luego descienden hacia Francisco Rallo. En el rato en que por allí estuvimos no pasó ninguno, por circunstancias que no vienen al caso. Muy cívicamente, pasamos por el paso de peatones habilitado a tal efecto. Una breve ascensión nos lleva al sendero que bordea el Centro Deportivo Municipal «La Camisera», desde donde hay muy buenas vistas. Hasta se ve una casa en ropa interior. llegamos a la calle Lago de Coronas, una de esas vías con rotondas que todas parecen iguales. Hacemos una parada técnica a la sombra de una terraza a reponer líquidos y sólido patatil. Mientras la oficialidad universal asiste a la liturgia medieval, nosotros, a lo nuestro, a criticar y sacar faltas, que las hay y bien gordas en el diario más antiguo de la región aragonesa.

Retomamos sendero por la calle Antonio Leyva, también conocida como de Antonio de Leyva, que nos conduce al casco viejo del barrio de Oliver, que ya conocemos de otras andadicas. Llegamos a su principio, donde la notable confluencia con Newton, Nobel, y Séneca, que menudos monstruos eran los tres, de grandes. En la Vía Hispanidad terminamos el recorrido de hoy.

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«Las Líneas Perdidas. Trayectos ferroviarios abandonados en la ciudad de Zaragoza»

Un documental de José María Ballestín y Antonio Tausiet sobre los ferrocarriles en la ciudad de Zaragoza, los trayectos y recorridos desaparecidos, el aspecto actual de los espacios urbanos por los que transitaban, y la asignatura pendiente de Zaragoza con su pasado ferroviario. Año 2014. 43.16 minutos

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Peripaseo romano

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Ignoro si Paolo Sorrentino es uno de los puntales del actual cinema europeo. He visto algo suyo antes, y no recuerdo nada: sólo voy a referirme a “La Grande Bellezza”, por lo que tiene de turbador peripaseo por la capitalina ciudad de la República de Italia. Apenas he leído a Flaubert; nada a Moravia; y de Fellini, el gran precedente, hay cosas que me encantan, y otras que me aburren republicanamente. En líneas generales, no tengo ni idea de cine, y mis reacciones son precipitadas, superficiales y sesgadas. Por ello, “La Grande Bellezza” me ha noqueado por momentos, y con brutalidad, y eso está bien. En esta película hay inteligencia, belleza, dialéctica, y también ideología. Muchos de sus monólogos y diálogos perfectamente pueden formar parte de un personal e interclasista arsenal dialéctico contra la humana estupidez. La belleza de la película me ha transportado a la Roma que transité intencionada, peatonal y matinalmente, también en horas de poca humana afluencia. Esa Roma aplastante en la que nada hay que decir porque todo resulta abrumador, gigante, y en la que una leve banda sonora es más que suficiente para disfrutar de satisfacción, y también para maldecir el paso del tiempo. Una Roma de postal, epidérmica, esteta y de aluvión, asombrosa, ubérrima, mujer, cosmos. La ideología del fime es harina de otros costales, como no puede ser de otra forma. Algunas referencias son compartibles, y otras me indignan con tranquila radicalidad. Las explícitas referencias al comunismo romano, explícitamente al Partito Comunista Italiano, en tono mayormente crítico, son inteligentes, bien armadas, y no les falta alguna razón: el PCI ha sido uno de los protagónicos actuantes de la Italia de las últimos décadas. Mas ni ha sido el único, ni el más grande, ni absolutamente decisivo a la hora de explicar, si es que se trata de explicar, el aparente “vacío” de expectativas y esperanzas en el que el filme navega, con esa reivindicación de la nostalgia como único recurso cuando habrían fracasado todas las utopías, salvo la recurrencia impostadamente antisistémica del “no future”. Me faltan referencias concretas a otros pajarracos, y a algún que otro pajarito de la clase media, esa curiosa gente que no vive en Palacios, no tiene dos piscinas en casa, no conoce a las Princesas, no se pone botox, ni estrella inopiadamente su cabeza contra un muro pero, mira tú que cosas, tiene las llaves de todos los palacios de la ciudad, por la sensilla razón de que “es de fiar”. El fime está plagado de aristócratas sobrepasados que bailan conga, y hay personajes delirantes, como la monja santa que come raíces y se sabe los nombres de pila de los flamencos, y un postmoderno cardenal exorcista antes que cocinero. Todos ellos dan mucha risa, pero no dejan de ser muñecos. Aparecen en esta película como aparecían en las películas de hace 50 y 60 años, como si nada hubiera pasado desde entonces, cuando han pasado muchas cosas, están aún pasando muchas cosas, y algunas sí explicarían la decepción, el nihilismo, el vacío, la desesperanza, pero nada de eso aparece siquiera atisbado. Y sí, nos quedamos prendados de esas últimas imágenes del amanecer en Roma visto desde una embarcación que va navegando por el Tiber, porque la nave sigue yendo, aunque no sepa ni por qué, ni hacia dónde. Pero eso es todo, que no es poco.

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El ABC sobre La Granja Agrícola

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(Banco de Imágenes del Barrio de S. José).
Diario «ABC», 4 de enero de 1930.
Dos fotografías de la época sobre la Granja Agrícola de Zaragoza, dentro de un reportaje más general sobre las Granjas Agrícolas.
Referencias tan veteranas como ésta sólo es posible rescatarlas en periódicos como ABC y La Vanguardia. De otra prensa, cercana, independiente, y más antigua de la región aragonesa, mejor no hablar (aquí).

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La acequia del Camino de las Torres

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(Banco de Imágenes del Barrio de S. José).
Camino de las Torres. Acequia de Las Adulas/de San José. Años 60 (siglo XX). Un puentecillo para cruzar la acequia al aire, sin protección para peatones, como era la norma en las acequias del barrio. La acera es de tierra (algo también normal), y el muro, del colegio privado y confesional de los PP. Agustinos.

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Plano del Barrio

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(Banco de Imágenes del Barrio de S. José).
Plano del barrio de San José en 1944. San José se va conformando como la suma de «barrios particulares» tales que Vista Alegre, Acacias, San Fernando, Cartier, Comín, Cuber… Acequias, campos de cultivo en Miraflores, caminos rurales, el ferrocarril al aire por la trinchera de Tenor Fleta, La Granja Agrícola (recién abandonada), la Estación de Utrillas, Alcachoferas, Canta-Ranas, la Comisaría de Policía… Hace sólo 68 años.

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Camino de las Torres

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(Banco de Imágenes del Barrio de S. José).
Camino de las Torres, un invierno de los años 30 (siglo XX) en que la nieve pintó la ciudad de blanco. La acequia de las Adulas/acequia de San José fluye por la derecha hacia Miguel Servet, mientras que carros y peatones deambulan sin demasiada urgencia por un camino bastante tranquilo y aún rural, a pocos minutos del agitado «centro» de la ciudad.
Recién entrado el Invierno de 2012-2013, tras el Solsticio del Hemisferio Norte, desde la Asociación de Vecinos del Barrio de San José os deseamos unos buenos días de descanso para afrontar mejor después los retos del año venidero, que no serás pocos, ni sencillos.
Un fuerte abrazo, salud, y res publica.

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MFU, Minas y Ferrocarriles de Utrillas S. A.

02-01-2013.- En días como estos, hace cuarenta y siete años, se le echaba el «closed» a la línea Zaragoza-Utrillas. La artificial e impostada política de primar el transporte carretero (de mercancías inorgánicas y orgánicas) cuenta también a esta ruta ferroviaria como uno de sus victimarios. La hegemonía monopólica de la industria petrolera y sus derivados, entre los que ciega con luz propia el subsector automovilístico, arrasó con el ferrocarril sin más contemplaciones ni sentimientos porque, como dicen los clásicos, no se trataba de nada personal, sino sólo de negocios.

Al poco tiempo de su cierre definitivo, la línea fue desmantelada en su tendido viario. Su colosal parque terminó mayormente en el desguace de la memoria histórica ferroviaria de este país; algunos de sus componentes vendidos a precio de saldo a otros países que ahora aún lo disfrutan en forma de trenes turísticos; una locomotora fue recuperada hace poco por el Ayto. de Utrillas; alguna otra duerme en cocheras cercanas a la espera de que algún grupo empresarial texano venga con la propuesta de crear un gran casino que incluya un testimonial parque temático ferroviario, y que a las dirigencias institucionales del momento les entre el alborozo por el asunto (como hace poco les entró con el «agua»).

¿Y qué pasó con el patrimonio arquitectónico asociado a este tren? Pues con la Estación de Zaragoza ya lo hemos visto: edificios centrales recalificados para ocio de consumo vario, chimenea cigüeñera trasladada para no molestar a Centro Comercial en construcción, y piqueta para todo lo demás. El conjunto hoy es denominado «Utrillas Plaza», sin que a nadie se le caigan los hígados de la vergüenza.

Con la idea peregrina de conocer el restante patrimonio ferroviario, inauguramos en el presente año nuestros peripaseos, en uno de los días más rabiosa y heladoramente cierzeros de nuestras limitadas existencias. Como el tendido fue desmantelado, y la ciudad se ha vuelto un monstruo de cemento y asfalto, no podemos hacer en Zaragoza el recorrido histórico, de forma que nos vamos por el dinámico Camino Miraflores, pillamos el Tercer Cinturón, el ramal que lo conecta con el Cuarto, y tras alguna maniobra imprudente, nos metemos por el Camino de San Antonio, o de la Cartuja Baja, que circula en paralelo a la actual vía del AVE, la que en tiempos era la de los trenes a Barcelona, y hoy territorio de polígonos industriales, y perros. El blanco prisma de 35 m. de altura del Centro Logístico de la Zaragozana, destaca de las vecinas horrendidades.

El Canal Imperial, ya empequeñecido hasta casi caricatura tras las Esclusas de Valdegurriana, y la chatarrera y carbonera donde termina el camino, nos indican que hay que tomar la carretera de Zaragoza, que desde la A-68 lleva a los dominios del Procesador de la Mierda que Zaragoza Produce. Rotonda tras rotonda, se suceden naves y polígonos, hasta que llegamos a los dominios del Marqués de Ayerbe, en cuyo Acampo encontramos el apartadero de Valdevacas, construido en 1947 cuando la línea soportaba una media de 20-24 circulaciones diarias, para descongestionar el embrollo que se producía en la Estación de Torrecilla de Valmadrid. Un amable encargado nos recuerda que todo esto es ahora propiedad privada, y que suerte que hoy no es día de caza, que si no, los cazadores nos hubieran tirado.

Vueltos a nacer, retomamos la carretera hacia Torrecilla, y entre val y val, edificio ferroviario, pero esto requiere un apùnte: las estaciones-estaciones eran una cosa, pero también había apartaderos, cargaderos, muelles, cocherones, casillas de las brigadas de obras y mantenimiento de las vías… En la jornada de hoy visitamos las estaciones de Torrecilla de Valmadrid, de Valmadrid, Puebla de Albortón, y Belchite, pero cada kilómetro hay algún tipo de estructura, relacionada con el ferrocarril, que mojonea esta vía. Si esto fuera, o fuese, una de esas vías verdes que en otros lugares parecen existir, sería espectacular.

Bien, pues pasadas algunas de estas edificaciones secundarias, llegamos a Torrecilla de Valmadrid que, a pesar de tu tamaño como de juguete, tiene restos de casi todo: edificio principal (vivienda jefe de estación en piso superior, despachos, sala de espera, despacho de billetes), pequeño edificio de retretes públicos, aljibe para agua potable, muelle descubierto, aguada para las locomotoras (estanque rectangular y edificio circular elevado con depósito de 50.000 litros para, mediante brazo hidráulico, servirla a las máquinas), corral para cobijo de los animales domésticos del Jefe de Estación y contiguo a éste, la chabola de la Brigada de Vías y Obras. Este emplazamiento fue plató cinematográfico del spaguetti-western «Los largos días de la venganza» (1967), en el que además «intervino» una de las locomotorasy vagones de la línea. De aquellos tiempos ha quedado una proliferación inaudita de chumberas que, si no fuera por el gélido cierzo, pareciera que estábamos en Jalisco.

Estación de Torrecilla de Valmadrid en  «Los largos días de la venganza», 1967

Seguimos adelante, al ritmo de sucesivas casillas auxiliares, y en una de ellas descubrimos un nuevo concepto que enriquece el lenguaje: tajea, es decir, pequeño puente que deja pasar por debajo aguas corrientes u ocasionales, o alguna vía o paso de menor importancia. Llegamos a Valmadrid, cuyo edificio prácticamente está engullido por unas cercanas y nuevas viviendas.

Buscando la Estación de Puebla de Albortón, la siguiente del recorrido, pagamos la novatada de no saber que una cosa que es se llamara así, y otra muy distinta que estuviera en el pueblo. Mientras la buscamos en balde, descubrimos que el que haya una calle dedicada al uruguayo general Artigas, héroe de la independencia del Uruguay, se debe a que su abuelo, José Antonio Artigas, era pueblano. Hartos de dar vueltas a esta réplica del «Londres» de «Total»,  preguntamos a un amable indígena que nos indica que la Estación está a 3 kilómetros y pico… Nos orienta en la dirección adecuada, y allá que nos vamos, por unos caminicos que las cabras bien a gusto irán. Y llegamos, pero oh sorpresa, descubrimos que hay que salvar un barranco, denominado de la Hoz, de Zafrané… vaya usted a saber, y que el puente que cumplía esa función fue desguazado cuando el desguace del ferrocarril. A pesar de ser dinamitado, los pilares resistieron. La vista y el entorno son bien espectaculares, aunque el viento casi nos hace hacer parapente, pero sin paracaídas. Volvemos tras nuestros pasos, qué remedio.

Se nos ha hecho la hora de comer y, además, el vehículo está también canino de combustible, así que hacemos una pausa, y vamos a Belchite a solucionar ambas demandas. Ya restaurados, y ya que estamos donde estamos, y nuevamente tras preguntar a un veterano belchitano, vamos a la busca de la Estación de Belchite que, por cierto, ya no existe, al menos en pie. Quedan los restos de los suelos de sus distintas dependencias, y un cercano edificio auxiliar que servía de cochera para locomotoras. La dimensión de los arcos de entrada lo recuerda, aunque ahora sólo entren y salgan vehículos con motor de explosión. Esta estación fue utilizada por el bando nacionalista para abastecer de carne de cañón esta parte del frente, cuando la batalla que «puso» a este pueblo en el mapa del mundo.

Nos volvemos para Puebla de Albortón, aunque primero ascendemos al Santuario de  su señora del Pueyo, un verdadero kremlin para dominar la estepa del entorno. Después, un repentino virar nos lleva a buscar primero la Estación de Azuara que, cómo no, no está en el pueblo, sino a varios kilómetros, como bien nos confirmaron dos azuarinos. Volvemos, pues, a Puebla de Albortón, y ascendemos a donde están los restos de la Estación que, como suele ser habitual por estos pagos, ahora es empleada como edificio auxiliar de unos cercanos corrales de ovejas. Cuando llegamos, la Guardia Civil de Tráfico nos felicita por nuestro deambular ferroviario-cultural, tras quedar claro que nos éramos amigos de las ovejas ajenas. Procurando no ser derribados por el viento, tiramos las últimas instantáneas, y nos volvemos para casa.

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Ruido, nada, cierzo y sol

03-12-2012.- En parajes bien conocidos de la periferia allá por el S-SW, donde la val del esparto, el charco al sur, el monte y los rosales junto al Canal, vamos hacia la ruidera «infernal» que producen las aeronaves civiles y militares que descienden al aeropuerto-base OTAN, a constatarla, notariarla, testimoniarla. Vaya que si lo hicimos.

La linde sur, Valdespartera

La linde sur, Valdespartera

El fabuloso tranvía nos deja donde el Mago de Oz, en una ventosa mañana a rabiar.

SantaBárbarabenditatrailaralará

SantaBárbarabenditatrailaralará

Desde Valdespartera, hacia Arcosur, sin solución de continuidad, siguiendo la huella sonora de las descendentes aeronaves por el pasillo de nuestra casa, Zaragoza.

La romanización tardará

La romanización tardará

Desprotegidos, andarines, soleados, golpeados por la cierzera, marchamos.

Siempre hay un camino a la derecha

Siempre hay un camino a la derecha

Welcome to nowhere

Welcome to nowhere

Bujaruelo hacia el suelo

Bujaruelo en el suelo

Lo primero es lo primero: el golf

Lo primero es lo primero: el golf

Nuestro fordiano Monumental Death Valley

Nuestro fordiano Monumental Death Valley

El Planeta de los Simios

El Planeta de los Simios

Desde la Val del esparto

Desde la Val del esparto

ZGZskyline

ZGZskyline (con comillas)

Todo esto, y mucho más, en el próximo estreno de «Ruido», la más reciente colaboración audiovisual entre Antonio Tausiet y un servidor de todas ustedas. Desde el 19 de diciembre, en abierto, para todos los públicos, y en todas los soportes imaginables. Un poquico de paciencia. Que no te digo ná, y te lo digo tó.

 

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